Gladiador de batallas perdidas. Bajo la lluvia, que no era suya, caminaba movido por una gran ilusión en el pecho. El eco de sus pasos le recordaba su cansancio, y su desesperación por encontrar algo que saciase su sed. Mas, ¿qué hombre no desea soñar? Un sueño vívido, el anhelo de que se haga realidad. Aunque sea imposible.
Promesa rota. La misma sonrisa idiota que se traza inclemente en el rostro de quien ha cometido una estupidez inaudita. ¿Por qué no haberlo pensado antes? Vaya pregunta para alguien que poco piensa. El corazón no tiene neuronas. Las pasiones no resuelven ecuaciones. El ser humano: enamorado de la equivocación. Porque errar nos hace sentir vivos.
Densa neblina opacando el rostro de quien debió servir y resultó servido. Que las vacas flacas no den leche, eso es un hecho que se da por sentado. Muchas veces habiendo pasado por desgraciado, otras siendo aquél Rocamadour del parque, sosteniendo flores marchitas. Siempre cambiante, poco constante, tan delirante, apuró los pasos que le separaban de su destino. Que resultó ser mutuo. Común para tantos.
El tango se baila de dos, le enseñó su abuelo inexistente. Vamos, que todo es fábula hiriente. Banda de guerra agitada en su pecho, el ruido le impidió trazar el camino de un mapa selvático. Siempre asumiendo ser capataz que sigue órdenes, y no capitán para darlas; se conformó con la casualidad de una charla ensaládica. Aún estar en esa confidencia, fue ganancia. Evidentemente evidente.
Sonrisa perlada. Brillo del rocío, pétalos de flor de otoño. Contaba que los años habían pasado. ¡Vaya! ¿Tantos sin hallarle? Y volvió la inocencia infantil. El temblar de piernas. Volvió la torpeza de hablar, escalofríos, las manos. Que es un guerrero pobre, tonto, obstinado, enllagado, cansado. Considerado el retiro. Mas el trofeo...
Historia ajena, vida prestada, a lo mejor robada. Soñar no cuesta nada, pero el tiempo que uno invierte soñando sí. Sin embargo, el brillo, perlas, rocío, reales. Increíblemente reales. Dios es artista, y frente suyo, la obra maestra. Oasis del desierto, nube de sequía. Jamás alguien lo pensaría, mucho menos lo diría. Por esta vez, guardó silencio, aunque sus sueños no mentían, durante toda la semana le seguirían. Volar, volar sin cansancio, volar entre nubes teñidas de dorado...
El que quiera volar, necesita alas.
Y no lo ha perdido.
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